En solitario, James Salter

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Salter

Gary Hemming fue un montañista californiano que se hizo famoso en la década de los 60’ por tres hechos particulares: junto a su compañero Royal Robbins, efectuó en 1962 una ascensión por la cara oeste del Dru (un pico vertical de casi cuatro mil metros de altura perteneciente al macizo del Mont Blanc) que a partir de ese momento se conoció como “la vía americana directa”. En 1963, Hemming formó parte del cuarteto que consiguió llegar por primera vez a la cima del Aiguille du Fou, otro pico del mismo macizo, algo más bajo, pero al que por sus características se consideraba imposible de escalar. Más tarde, en 1966, encabezó el ascenso del grupo de salvataje que rescató a dos escaladores alemanes que habían quedado atrapados en la pared del Dru. El rescate convirtió a Hemming en una celebridad en Francia y una figura casi mítica en el mundo del alpinismo. En 1969, Hemming, que había retornado a los EEUU, se suicidó de un disparo.

Esta es la sinopsis biográfica del hombre que inspiró a James Salter la escritura de esta novela publicada por primera vez en 1979. El protagonista de Salter se llama Vernon Rand y su periplo es prácticamente un calco del de Hemming. En este punto hay una pregunta por formular que se vuelve muy válida: ¿por qué Salter no se limitó a escribir una biografía de Hemming? Es decir, ¿por qué presentar como ficción una historia tan claramente identificable con una “persona real”? De hecho, la primera biografía de Hemming apareció 16 años después de la novela de Salter, titulada Gary Hemming: the beatnik of the Alps. La respuesta aparece con la lectura, pues En solitario es una novela que se mueve de acuerdo a unas intenciones que sólo pueden ser contempladas por la ficción, entendiendo por tal cosa la construcción de un mundo que no tiene que rendirle cuentas a nadie. Diré una obviedad: no sólo Vernon Rand no es Gary Hemming, sino que jamás podría haberlo sido. Vernon Rand no es otra cosa que el camino que recorrió James Salter para acercarse a la comprensión de Hemming.

La novela está narrada en tercera persona, con una concisión hemingwayana, y es estupenda en su capacidad de delinear personajes a través de una descripción escueta, dos acciones y una escena de diálogo. Esta economía marca una estructura de capítulos y párrafos breves de una capacidad connotativa que es señal inequívoca del tipo de talento que posee Salter. Y también hay que anotarle en la columna del saldo a favor la forma en la que logra crear el escenario, ya sean los picos rocosos del norte de California o la escarpada pared oscura del Dru alpino. Cuando, al leer uno de los varios pasajes de ascensión que aparecen en la novela, el lector sienta que le pican las manos y que la garganta se le cierra, y que eso no es otra cosa que vértigo, es probable que vuelva a preguntarse dónde está el secreto. Aquí entra en el juego un aspecto polémico: ¿cuánto debe saber el escritor de su tema? ¿Cuál es la importancia real de la verosimilitud? ¿Alcanza con investigar el tema o es imprescindible la experiencia directa? Como siempre, depende de lo que uno persiga: habrá una clase de escritores a la que estos aspectos no le importen o le parezcan demodé, y preferirá la construcción puramente intelectual de sus mundos ficticios, y habrá otra clase que se moverá en el territorio de la experiencia, que se apoyará en él para elevarse más allá de lo documental a fuerza de imaginación. Salter pertenece a la segunda clase.

Vernon Rand es un héroe romántico moderno, un salvaje cuyo lugar está claramente a un costado del curso de la sociedad. Hemming es catalogado como un hippie: “el alpinista hippie”. Salter jamás llama así a Rand. El deseo (o la necesidad) de libertad que vive en Rand es algo más que una moda o un espíritu de época, es una fuerza elemental que no puede ser explicada, sólo puede ser mostrada en acción:

Se puso en marcha temprano. La cara era como un enorme río descendente, cada vez más empinado. Su aliento era frío. Los crampones crujían en el silencio. Avanzaba metódicamente, con un piolet en cada mano. Se dejó llevar por el ritmo. La idea de resbalar –habría salido disparado pendiente abajo como por un cristal- no lo asaltó en ningún momento hasta que hubo alcanzado una gran altura, y fue una sensación extraña. En una fracción de segundo clavó las puntas de los crampones menos de media pulgada: esa media pulgada no fallaría. Al darse cuenta de ello, una especie de bendición descendió sobre él, una sensación de invulnerabilidad distinta a cualquier otra. Era como si la montaña lo hubiera consagrado. Rand no lo rechazó.

Con el alpinismo, el boxeo y otras disciplinas, pasa algo especial al ser trasladadas a la literatura: inmediatamente su potencial simbólico se rebela. Esto puede ser muy malo, pues una novela que convierta toda pelea, toda escalada, todo trance, en una metáfora de la vida, puede volverse insoportable a las diez páginas. Parecería que la forma de eludir el riesgo de la alegoría es seguir muy de cerca los hechos particulares, contener los afanes de trascendencia, no señalar con pintura fluorescente aquellos pasajes que podrían ser interpretados por el lector como “otra cosa”. Esa significación subyacente de lo narrado es inevitable, pues todo significa algo más, siempre se habla de más de una cosa a la vez; a lo que me refiero aquí es a que es deseable que esa doble significación surja sin una guía, que la voz del autor no sea más fuerte que la proyección del lector sobre la historia. Si hay un punto exacto de lo comunicable, como lector prefiero que el escritor se detenga antes de alcanzarlo a que se pase. Si se queda corto, yo puedo solucionarlo. Si se pasa, la cagó.

Para cerrar, mencionaré otro de los aspectos que más me interesó de la novela: el antagonismo entre Rand y Cabot. Son amigos y son estupendos escaladores, pero mientras Rand es casi un paria, un hombre anónimo que duerme en cualquier parte y que puede realizar una hazaña sólo por probarse a sí mismo y que luego repudia la atención que la gente le dirige (una atención halagadora y que puede marear, según se ve en el episodio de París, pero que a la larga se muestra como pura vanidad sin peso: “los afiches con su foto habían desaparecido pero él seguía allí”); Cabot vive para ser el número uno, un premio que sólo la posteridad puede otorgar. Así, mientras Rand vive para alimentar una necesidad, Cabot vive alimentando un ansia. El siguiente diálogo se produce en una escena en que alguien le cuenta a Rand que Cabot pretende escalar el Eiger, uno de los picos más difíciles de Europa. Se trata de una superproducción. La BBC va a hacer un documental con la escalada.

-Supongo que todo el mundo quiere escalarlo –dijo Bray sin convicción.
-No quieren escalarlo, quieren haberlo escalado –dijo Rand.

Se trata de un problema filosófico que bien puede entenderse como una crítica a la concepción de “éxito” de la sociedad occidental, en la que son los medios los encargados de poner las medallas en el cuello de los triunfadores. En un mundo en que sólo aquello que es comunicado y exhibido parece existir (véase la resemantización de términos como «notoriedad», «visibilidad» o «exposición»), Salter erige la figura magnífica y ruinosa de Rand casi como un alegato de defensa por la verdad íntima, aquella que existe en solitario, más allá de toda comunicación y degradación, pura, no profanada.

Calificación: muy buena.
Título original: Solo faces (1979)
Traducción: Concha Cardeñoso Sáenz de Miera.
El Aleph Editores, Barcelona, 2005.
ISBN: 84-7669-681-7

5 comentarios sobre “En solitario, James Salter

    1. No sólo es el mismo autor, también es el mismo libro editado con un título distinto. «Cimas solitarias» es una edición de Editorial Sudamericana (Bs. As., 1981). Lamento que te pareciera «apestoso».
      Saludos.

  1. Me gusta tu análisis, tengo ganas de leerlo,
    la primera vez que supe de este autor (aunque ya me sonaba, no se de qué) fue atraves del diario El País, Babelia, Antonio Muñoz Molina. Gracias.

    1. Sí, ese comentario de Muñoz Molina ha traído mucha gente al blog en busca de información de este autor, tan poco conocido en nuestro país. Y es una pena, porque es muy, muy bueno. Este libro lo encontré en una mesa de saldos. Sé que «Anochecer» fue editado en formato de bolsillo hace poco y es fácilmente conseguible. Pero «La última noche» tuve que mandarlo traer desde Buenos Aires.
      Saludos, Mercedes.

  2. Estoy buscando el libro y no lo encuentro en ningun sitio, ni en tiendas de segunda mano,ya veo que tu lo pillaste de casualidad… no sabras donde localizar alguno?
    Tampoco me importaria ahijarlo una temporada si alguien lo presta
    salud

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