Sultanes del ritmo, Leonardo Oyola.

Oyola
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«Esta va a ser hoy mi tesis: que no es bueno leer ni escribir ciertas cosas. Para explicarlo de otro modo: me tomo en serio la afirmación de que el artista arriesga mucho al aventurarse en lugares prohibidos: se arriesga él mismo de forma específica. Y tal vez lo arriesga todo.» -dice Elizabeth Costello, el fenomenal personaje de la novela homónima de J. M. Coetzee. Sus palabras, volcadas en una conferencia en Amsterdam, hacen referencia a cierto libro sobre el holocausto judío durante la segunda guerra. El autor del libro está presente en la sala en la que se ofrece la conferencia que lo defenestra desde el punto de vista ético. El mensaje es más que claro: en el mundo se sabe que hay cosas horribles. ¿Cuál es la necesidad de barnizarlas estéticamente para darles un estatus artístico?

Las mismas dudas pueden caber ante la lectura de un libro como SULTANES DEL RITMO, última entrega de la Colección Cosecha Roja de Estuario Editora.

Los cuentos de Oyola llevan al lector de los pelos a lugares sórdidos en los que ocurren situaciones perfectamente acordes a ese tipo de lugares.

El texto que abre el conjunto, «Matador», es una historia de cárcel. «Narigueta» es un preso nuevo y como tal, al inicio de su encierro es solo carne fresca. Pertenece al ala de los invertidos. Su referente es Francisco Vadell, el Matador, que ya está pronto para salir, si no pasa nada raro… Pero sí pasa algo raro…

Venía con el arco invicto hasta que nos tocó jugar con los del cuarto.
Con los once del Chelo.
-Gelóu, Fran -le dijo el Negro Sergio cuando vino a arreglar el desafío- ¿Todo piola? Mejor así. ¿Quedamos el sábado entonces?
-Ahí vamos a estar, Negro.
-Ajá. ¿Y el otro partido? ¿También lo van a jugar?
-Yo estoy haciendo conducta hace rato. Me van a perdonar pero a esa cancha no pienso entrar.
-No la podés jugar de Feliciano en esta, chileno.
-Estoy por cumplir, Negro. Decile al Chelo que no quiero hacer ruido.
-¿Y las chicas? ¿Qué van a hacer?
-Yo no las obligo a nada. Van a hacer lo que quieran.

En el relato, con una estructura limpia y sencilla, se intercalan versos de la canción del mismo título de los Cadillacs, que funcionan como anticipación, como guiño.

«Oxidado», el segundo del conjunto, es la historia del encuentro familiar de dos criminales. El abuelo y el nieto, por los que corre el mandato de la sangre, por más que a alguien se le haya ocurrido pensar alguna vez que el ser humano puede quebrar con cualquier determinismo social. Tanto en este como en el anterior priman los códigos cerrados de los grupos y la idea de la fidelidad como primer valor.

En «Rick Astley» la mirada se mueve desde los criminales hacia la policía. Aunque tal vez se trate del mismo mundo.

«El fantasma y la oscuridad» y «Animétal» son los dos mejores relatos del conjunto. En el primero la acción transcurre en los campos de azúcar del norte argentino. El hallazgo estético se encuentra en la forma en la que Oyola juega en los límites del relato hiperrealista y el fantástico en una suerte de realismo maravilloso posmoderno, aunque la historia transcurra durante la dictadura argentina. En el segundo, destaca la construcción que de sí mismo y de su mundo hace el narrador-personaje ante un narratario interno que escucha atentamente una historia que empieza lejos y que cada vez se le acerca más, hasta que en el último momento ya es él mismo parte de los sucesos, perdonado por quien podría, si quisiera, dictaminar otra sentencia.

Si para muestra sirve un botón (este libro), se podría plantear que las virtudes de Oyola como narrador son varias, que podríamos resumir en una sola: sus historias capturan al lector desde el primer momento y lo obligan a mantener una actitud vigilante, defensiva. El lector sabe que el texto lo va a golpear en la cara. Lo presiente desde el inicio, aunque sean inicios extraños muchas veces. Tan extraños que uno se pregunta qué tendrá que ver todo aquello con la idea de un relato policial; hasta que el asunto decanta desde algún fenómeno particular, un personaje que aparece poco menos que de la nada, alguna situación que surge de forma muy natural aunque tenga la apariencia de as en la manga.

Me parece ver a Elizabeth Costello preguntándose por qué escribir sobre estas cosas, por qué plasmar en un libro la historia de un preso decapitado con cuya cabeza juegan al fútbol sus propios matadores. O la de un grupo de adolescentes tumbados por el paco que deciden matar a un dealer amigo por unos cuantos paquetes de droga. Y me parece ver a Leonardo Oyola escuchando esas preguntas, encogiéndose de hombros y diciendo (como dijo en una entrevista reciente): «Era ver todas esas caras y esas cosas, y me daba cuenta de que quería escribir sobre ellas.»

Cuando lo encontré tuve que contener la arcada. El cuerpo de Héctor estaba empapado. La camiseta de San Martín agujereada por el tableteo que escuché. Los rastros de la sangre los había lavado la lluvia. Contuve la arcada pero no las lágrimas. Más viendo lo largo que tenía el pelo: esos rulos deshechos y esturados por el agua.
Lo enterré como pude. Pero no en tierras de los Hileret. Cargué con el cuerpo del changuito varios kilómetros a campo traviesa. Por eso los restos mortales de Héctor Collante descansan a orillas del arroyo Matazambi.

 

Calificación: Muy bueno
Editorial: Estuario Editora- Colección Cosecha Roja
ISBN: 978 9974 699 73 1

Las furias, Renzo Rossello

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imagen renzoLa acción transcurre en un mundo de grandes pestes, llamativas subespecies humanas y masivos cataclismos sociopolíticos. El disparador de la novela es la desaparición de Will Hudson, una especie de Ambrose Bierce del Siglo XXI (la asociación con “Bitter” Bierce aparece de forma explícita en las primeras líneas de la obra), quien llega a México desde el norte para luego desvanecerse tras un probable secuestro. Tanto Hudson como el narrador que reconstruye su periplo en busca de respuestas (a no se sabe bien qué preguntas), son periodistas free lance en un mundo donde el periodismo parece ser una ocupación de trincheras, a medio camino entre el compromiso individual y los condicionamientos corporativos de instituciones políticas y religiosas nuevas y viejas. La verdad y la construcción de esa verdad son temas laterales, subyacentes a una trama que se desenvuelve en un tiempo y un espacio global que han sido imaginados por el autor en toda su vastedad.

Esto último es uno de los principales méritos de esta novela: la completitud con la que Rossello ha pensado en este mundo del futuro. Hay allí plagas perfectamente verosímiles (el autor ha hecho de la verosimilitud uno de los ejes de su obra, por eso resulta pertinente reconocerla), enfermedades cuyo surgimiento aparece fundamentado en elementos de la realidad actual y deformaciones de la especie que al lector le resultan no tan lejanas en cuanto a sus posibilidades de realización. Todo esto vuelve a la novela una exponente clara del subgénero de la ciencia ficción. Pero Rossello no solo explica las posibles derivaciones de algunas ciencias experimentales fuera de cualquier intento de control ético o moral. También juega a la formulación de escenarios sociológicos complejos donde predomina un combate entre clases (que involucra tanto a humanos como a otros seres antropomórficos), cada una de ellas con sus respectivas fantasías mesiánicas.

En el entramado de la novela se alternan algunos sucesos que atañen a las generalidades de ese mundo con otros particulares que les suceden a determinados personajes (que pueden ir y venir en el decurso de la narración) pero que ilustran igualmente sobre ese estado general de las cosas. Se apela para ello a la multiplicidad de personajes, al cambio de tono, a la introducción de interesantes lateralidades que refuerzan la idea central de un mundo en proceso de constante destrucción y reciclaje.

Por si esto fuera poco, desde el norte se cierne una amenaza incomprensible para las explicaciones científicas, una amenaza que surge desde el mismo título y que remite a un terror primigenio, mítico, que está por desatarse definitivamente de las cadenas del tiempo.

Sin dudas estamos frente a una de las mejores novelas editadas en Uruguay en estos últimos años.

“La repoblación de Antártida era el destino más buscado por los desplazados. Se habían construido cuatro ciudades después del deshielo y los trabajos continuaban. Pero los requisitos puestos por el supraestado para convertirse en colono eran bastante restrictivos, aun para el personal contratado para obras de construcción. Era prácticamente imposible que una mujer con dos niños fuera aceptada, pensó Limo. Por un instante evaluó la posibilidad de contactar a la red e intentar el rescate; podría llevarla a una comunidad granjera en Minas Geráis. Pero la red no aceptaría los riesgos…”

 (…)

“Los fármacos no lo hacen todo. El sistema de la colonia funciona para destruir todo rasgo de identidad. Por ejemplo, el número de interno lo necesitás para pedir la comida, la ropa de cama y para cualquier consulta que quieras hacer a los monitores. No falta nada, todas las necesidades básicas están cubiertas, los guardias no te maltratan, simplemente te ignoran.”   

 

Calificación: Muy bueno.
Editorial: Estuario Editora, Montevideo, 2012.
ISBN: 978-9974-699-04-5

Todas las cosas deben suceder, Luis Fernando Iglesias

Iglesias
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La prosa narrativa de Luis Fernando Iglesias ha ido afianzándose con el correr del tiempo. No está claro si estos relatos representan una fase última de su labor creativa, pero sí que son los mejores que haya publicado hasta el momento.

Tras la lectura de Canciones de otoño, la sensación era de morosidad. Un narrador con cierta práctica en el oficio, que conoce procedimientos y que los practica, anclado a la admiración de autores como Cortázar. Un artífice de relatos cuyas tramas, ideas o procedimientos podrían leerse antes en la obra del argentino o de algún otro. Después de Historias infieles, en cambio, predominaba la sensación de que se había quebrado un tiempo narrativo en la obra de su autor. De corte más realista y con una marcada presencia del tema sexual, es un libro más interesante que el anterior, aunque todavía no llegue a la plenitud.

La distancia que hay entre Todas las cosas deben suceder y los dos libros anteriores es grande. Aquí estamos frente a un narrador sólido, reconocible por la amplitud de tonos y capaz de abordar diversos ejes temáticos y diversos subgéneros. Entre los últimos, destacaré básicamente tres: el relato realista, el relato sobre fútbol (que no deja de pertenecer a la categoría anterior, pero puede catalogarse como autónomo) y el relato fantástico.

Entre los primeros destaca el abordaje a un tipo de relaciones amorosas donde la infidelidad y el vértigo que poco a poco se apaga son el común denominador. Surgen personajes problematizados por una normalidad insulsa que creen que el cambio, el engaño o la pasión todavía pueden salvarles de una vida predecible y estúpida. “Mañana con sol” es el relato que representa mejor esta categoría.

Entre los segundos, destaco “Jasito” y “El hincha por la ventana”. La pasión nacionalófila del autor no le impide, en el segundo de los relatos mencionados, crear un narrador que es hincha de Peñarol y cuenta la historia de su mejor amigo, un hincha de Nacional que a su vez es jugador profesional de fútbol y que, irónicamente, solo llegará a la cúspide de su carrera en las tiendas rivales. En “Jasito”, otra vez un narrador en primera persona, testigo de los hechos, se explaya sobre la carrera futbolística del Mono, quien desde un principio es mostrado como un negado del deporte que sucumbe ante la habilidad de otros mejor dotados. Pero el azar hace de las suyas. Y a veces el azar se acompaña con una pasión tan fuerte que derriba obstáculos. No se puede evitar pensar en aquello de “los crá que no llegaron”.

Entre los terceros destaco sobre todo al cuento “Trenes”, uno de los más extensos e intensos del libro. El mérito de este relato es la pericia en la creación de una atmósfera enrarecida donde las palabras de los personajes permanentemente remiten a otro nivel de la realidad. El balneario de la Paloma, particularmente su estación, se presta de forma notable para un cierre extraño y perfecto, que se ha venido trabajando desde la primera palabra.

Otros temas podrían ensanchar las categorizaciones propuestas. Hay relatos que abordan lo estrictamente literario (como “Hotel Cervantes”, una clara referencia) o la música (en el relato que da título a todo el volumen, por ejemplo, aunque este bien podría ser un eje transversal a toda la obra). Esta variedad de posibilidades, junto a un manejo mucho más afinado de cuestiones de estilo (aunque subsista algún elemento que podría, como en casi toda obra, ser mejorable), hacen que este libro pueda ser tomado como posible punto de inflexión en la obra de un autor que últimamente ha sido reconocido con varios premios literarios de importancia (1er Premio MEC de narrativa inédita en 2008 y 2012, finalista del premio de cuentos juan Rulfo en 2011).

La pieza donde dormía Silvia daba a la calle. La larga ventana que llegaba al piso protegía la intimidad del cuarto con dos viejos postigones. Tras ellos hacíamos el amor a la hora de la siesta. Es indiscutible que esta es la mejor hora para hacerlo. El día ya ha acomodado sus ritmos cuando uno recibe esas inesperadas vacaciones del cuerpo como un regalo inmerecido. Ese placer era aun mayor cuando lo hacíamos con los postigones entreabiertos, de forma que se podía ver lo que pasaba afuera. (…) Gozaba como solo se puede gozar a esa edad, sabiendo que la gente seguía con sus urgencias inútiles, mientras yo amaba de contrabando (…). El desprecio que me despertaban esas otras vidas que nos ignoraban tras los postigones era tan grande como los nervios que me causaba la posible entrada de la celadora.
Ya con la nerviosa felicidad concluida, y para aparentar ante los no tan lejanos oídos de la vieja mujer, sacaba la guitarra y me ponía a desentonar alguna canción sentado en la cama, la que podía ser perfectamente “My Sweet Lord”, como cree recordar Silvia. Con esa música mitigaba la desazón y el deseo de escapar que usualmente le nacen al hombre después de hacer el amor.

Calificación: Bueno a Muy bueno.
Editorial: Estuario Editora (HUM), Montevideo. 2012.
ISBN: 978 9974 699 01 4

La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa

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La mirada sobre el mundo que se adivina tras la lectura de este libro es de una amargura impresionante. Todas las cosas en las que Vargas Llosa ha puesto su fe y su labor parecen irse a pique en un mar de fondo signado por la pérdida de valores estéticos, éticos y morales. Ninguno de los campos en los que el escritor peruano se ha movido a lo largo de su dilatada trayectoria como agente de opinión, resulta ajeno a los cambios (casi todos negativos) que implica la llegada de esta última etapa de la postmodernidad. La civilización del espectáculo se constituye en un documento excepcional a la hora de visualizar, con claridad y desde diversos ángulos, las características de una época sin nombre propio. Para ello, el libro presenta textos de diversa factura y extensión, algunos recientes y otros escritos hace ya más de diez años, aunque todos ellos de una flamante actualidad, fieles representantes del malestar intelectual que genera una sociedad en la que las coordenadas culturales han evolucionado –o involucionado- de forma tan drástica en tan corto tiempo.

En el amplio espectro de todo aquello cuyo valor se ha retraído, Vargas Llosa hace un énfasis especial en la situación de la cultura. En este sentido, La civilización del espectáculo propone en su inicio un recorrido por la historicidad de la idea de cultura, reivindicando su acepción más cerrada: “entendida (la cultura) no como un mero epifenómeno de la vida económica y social, sino como realidad autónoma, hecha de ideas, valores estéticos y éticos, y obras de arte que interactúan con el resto de la vida social y son a menudo, en lugar de reflejos, fuente de los fenómenos sociales, económicos, políticos e incluso religiosos.” Toma para ello los aportes previos de T.S. Eliot y de Steiner, pero viaja por Marx y Debord con fluidez y detenimiento para terminar señalando lo que a priori ha sido planteado: no todo lo que brilla es oro, o, mejor dicho, no todo lo que antropológicamente es cultura, es verdadera y legítima cultura.

En esta evolución del sentido de una palabra hacia el vaciamiento de su significado, el autor visualiza el mayor riesgo de los tiempos que corren. En la civilización del espectáculo no hay lugar para la complejidad: todo aquello pasible de ser adjudicado a la cultura se somete al irremisible mandato de entretener burdamente a un público no formado. La “cultura” se ha vuelto un fenómeno masivo a fuerza de simplificar sus contenidos. Cada vez un número mayor de personas adquieren la idea de que lo que hacen o perciben es algo que podría catalogarse como cultura, aunque en sí el valor estético de todo eso que hacen o perciben sea poco menos que nada.

Y así como la palabra cultura ha sufrido una resignificación que para Vargas Llosa es ciertamente negativa, no ha sido éste el único elemento de nuestra contemporaneidad que ha sufrido cambios.

Uno de los temas que el peruano ha abordado con mayor asiduidad tanto desde lo narrativo como desde lo ensayístico ha sido lo sexual. Lo sexual y lo erótico, que para Vargas Llosa es la piedra de toque en lo que tiene que ver con la representación de esa sexualidad asociada a una estética del rito, signada por la cultura. Como este libro está constituido por ensayos recientes intercalados con artículos para El País de Madrid, algunos de los cuales tienen más de una década, varias veces los segundos funcionan como disparadores conceptuales de los primeros, en los que el autor se explaya ahora sin el límite formal de tantos o cuantos caracteres. En el capítulo IV, cuyo significativo subtítulo es “La desaparición del erotismo”, la denuncia se centra en la descripción de dos fenómenos culturales (una tardía exposición de trabajos con motivo sexual de Picasso y el libro La vie sexuelle de Catherine M., de Catherine Millet, verdadero best seller de principios de siglo en el que la autora describe con detalle sus vastísimas experiencias sexuales) y el trazado de una posible relación –no explícita, claro- de estos con la propuesta del año 2009 de la Junta de Extremadura, entonces en manos de los socialistas, de realizar talleres educativos de masturbación enfocados en la población adolescente. Desde su acérrimo liberalismo, Vargas Llosa no tiene nada que oponer a estos talleres. Su objeción va por el lado, otra vez, de lo estético: la desmitificación de la sexualidad, el despojamiento de todo lo que esta tiene de misterioso, de artístico, de simbólico, de secreto goce, eso es lo que el autor denuncia que se ha perdido. La frivolización del sexo, el proceso desenfrenado por el que éste se ha vuelto trivial y alejado de todo misticismo, es también para el autor una pérdida desde el punto de vista cultural y artístico. El sexo apenas como algo más, una de las tantas mercancías al alcance de la mano. Un burdo entretenimiento destinado a diluirse rápidamente en el tiempo. Ya no más el sexo como elemento cultural que puede y debe ser dotado de belleza.

El deterioro en la cultura es el eje por el que se deslizan otros tipos de deterioro, y entre ellos uno que parece preocupar a Vargas Llosa más que ningún otro: el de la labor política.

Tal vez no sin recurrir a la memoria personal de pasados tiempos electorales que lo tuvieron por protagonista en su Perú natal, el autor deja clara una verdad que, una vez explicitada, al lector podría parecerle evidente: el quehacer político, mal pagado a todos los niveles y ciertamente desprestigiado por infinidad de episodios de corrupción, ya no atrae a los mejores ni a los más cultos. El creciente desinterés de la sociedad en lo político y en su forma de resolver la problemática social, desinterés que se plasma en los más diversos comentarios negativos sobre los políticos de todo occidente, ya no es privativo de los países con raíz latina. Incluso los países de raigambre anglosajona han sucumbido recientemente a la andanada de desprestigio mediático. Los medios de comunicación han sido los responsables de poner en funcionamiento un mecanismo perverso que ya ni siquiera busca la difusión de la verdad sino apenas suscitar en el público la sensación de haber sido bien entretenido durante los minutos que la noticia ocupó como prioridad informativa. La noticia política adquiere carácter de tal sólo si antes ha pasado por el cernidor que sirve para separar lo divertido de lo que no lo es.

Otro de los temas que aborda el autor es el de las revueltas en el mundo árabe. Es aquí donde el texto se vuelve quizás un poco previsible: desde la óptica de un liberal consumado, occidente debe apoyar todo intento de democratización. Así dicho, seguramente suena mejor de lo que podría resultar.

En definitiva, La civilización del espectáculo es un libro ambicioso y combativo, con muchas ideas girando en torno al pensamiento de que el deterioro en la cultura genera otros deterioros más dolorosos y, sobre todo, peligrosos. Como ha dicho el también peruano Alonso Cueto, en los tiempos que corren, se trata de un libro por cierto transgresor.

 

  “No es de extrañar que, luego de la influencia que ha ejercido la deconstrucción en tantas universidades occidentales (y, de manera especial, en los Estados Unidos), los departamentos de literatura se vayan quedando vacíos de alumnos, se filtren en ellos tantos embaucadores, y que haya cada vez menos lectores no especializados para los libros de crítica literaria (a los que hay que buscar con lupa en las librerías y donde no es raro encontrarlos, en rincones legañosos, entre manuales de judo y karate u horóscopos chinos).”

  (…)

  “Responsabilidad e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica literaria, con el convencimiento de que la literatura abarca toda la experiencia humana, pues refleja y contribuye decisivamente a modelarla, y de que, por lo mismo, ella debería ser patrimonio de todos, una actividad que se alimenta en el fondo común de la especie y a la que se puede recurrir incesantemente en busca de un orden cuando parecemos sumidos en el caos, de aliento en momentos de desánimo y de dudas e incertidumbres cuando la realidad que nos rodea parece excesivamente segura y confiable. A la inversa, si se piensa que la función de la literatura es sólo contribuir a la inflación retórica de un dominio especializado del conocimiento, y que los poemas, las novelas, los dramas proliferan con el único efecto de producir ciertos desordenamientos formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos posmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la tiniebla expresiva.”

Editorial: Santillana. Alfaguara.

Primera edición: abril de 2012.

ISBN: 978 9974 95 584 4

Calificación: excelente.

Bajo el signo de Saturno, Susan Sontag

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Sontag

Susan Sontag es pasible de ser recordada por múltiples anécdotas, entre las que destaca la de haber dirigido la representación de Esperando a Godot en plena guerra de Sarajevo. Y este detalle revela un aspecto de su dimensión como intelectual: la valentía.

Sontag es una ensayista valiente que no duda en demarcar un contorno de territorio crítico erudito en el que sembrará algunas certezas y muchas polémicas. Bajo el signo de Saturno es, entonces, un extraordinario libro de ensayos sobre el arte y algunos artistas, sobre las poéticas de estos artistas y las relaciones de ciertos marcos históricos con las intenciones estéticas predominantes.

“Una aproximación a Artaud”, el ensayo más extenso del libro, es probablemente uno de los mejores estudios que hayan podido escribirse sobre el arte y su relación con la locura. Dejemos que hable la autora:

Cerrar la brecha entre arte y vida destruye el arte y, al mismo tiempo, lo universaliza. En el manifiesto que Artaud escribió para el Teatro Alfred Jarry, que él mismo fundó en 1926, saluda “la mala fama que, sucesivamente, todas las formas del arte están adquiriendo”. Su deleite puede ser una pose, pero sería inconsecuente para él lamentar ese estado de cosas. Una vez que la norma principal del arte consiste en su imbricación con la vida (es decir, con todo, incluso con las demás artes), la existencia de formas de arte separadas deja de ser defendible.

Y vuelve a reflexionar sobre lo artístico y sus implicancias políticas en el notable ensayo titulado “Fascinante fascismo”, donde la emprende contra Lenni Riefenstahl, una fotógrafa y directora de cine alemana, gran promotora del nazismo a través de películas icónicas del S. XX tales como El triunfo de la voluntad y Olimpia, y a quien en la década del 70 se le ve como una figura de culto por la crítica esteticista (crítica que elige soslayar el turbio pasado de Riefenstahl):

El arte fascista glorifica la rendición, exalta la falta de pensamiento, otorga poder de seducción a la muerte.
Semejante arte no se confina a las obras tildadas de fascistas o producidas por gobiernos fascistas (citemos tan solo unas películas: Fantasía de Walt Disney, The Gang´s All Here, de Busby Berkeley, y 2001, de Kubrick, también ejemplifican de manera notable ciertas estructuras formales y temas del arte fascista). Y. desde luego, los rasgos del arte fascista proliferan en el arte oficial de los países comunistas –que siempre se presenta bajo la bandera del realismo-, en tanto que el arte fascista desdeña del realismo en nombre del idealismo.

O sea, ante la ola de reconocimiento tardío de la Riefenstahl, un reconocimiento que se basa sobre todo en la valoración de lo hermoso –de lo estéticamente correcto, se diría- en sus fotografías, Sontag salta a la cancha con consideraciones éticas y parece decirnos ¡cuidado!, querido lector, ¿por qué te gusta esto?

Otro de los ensayos memorables (en este caso, el que da título al libro todo) se centra en la figura de Walter Benjamín. Sobre la profunda melancolía del filósofo judío-alemán dice la autora:

“Es característico del temperamento saturnino culpar de su corriente submarina de interiorización a la voluntad. Convencido de que la voluntad es débil, el melancólico puede hacer esfuerzos extravagantes para desarrollarla. Si estos esfuerzos triunfan, la resultante hipertrofia de la voluntad habitualmente toma la forma de una compulsiva devoción al trabajo. (…) Estamos condenados a trabajar; de otra manera, podríamos no hacer absolutamente nada.”

Un libro hermoso y lúcido escrito por una mujer inteligente que habla sobre personas inteligentes que han abordado el arte desde la estética y la filosofía. Muy recomendable.

Calificación: Muy bueno.
Título original: Under the Sign of Saturn (1987).
Traducción: Juan Utrilla Trejo.
Editorial: Random House Mondadori – Debolsillo (Buenos Aires, 2007).

Las fieras cebadas de Kumaon, Jim Corbett

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Corbett

Jim Corbett tuvo una de las ocupaciones más peligrosas que alguien pueda imaginar y con las experiencias derivadas de ella escribió este libro duro y hermoso a la vez. Se dedicó durante más de treinta años a perseguir y dar caza a animales cebados comedores de carne humana en las Provincias Unidas de la India, particularmente en la zona de Kumaon, y durante la primera mitad del Siglo XX. De ascendencia irlandesa, nació en la India y formó parte del ejército británico colonial, lo que no fue obstáculo para que los lugareños lo tuvieran en altísima consideración, incluso al nivel de un santo. Para comprender este aspecto, es necesario imaginarnos la vida en comunidades montañosas y selváticas asoladas por fieras prácticamente invisibles que en el momento menos esperado surgen de la espesura, atacan a hombres, mujeres o niños a la vista de todos y se los llevan para devorarlos tranquilamente en su propio terreno. Como estas comunidades son extremadamente pobres, no hay rifles ni armas que detengan a un animal de estas características. Es entonces cuando aparece Corbett y arriesga el pellejo durante meses enteros si es necesario, acechando solitariamente en la selva. Dice el mismo cazador sobre esta situación esbozada arriba:

De las muchas cosas incomprensibles con que uno se encuentra en la vida, la más difícil de comprender es quizá la desgracia que parece perseguir a un individuo o una familia. Tomemos como ejemplo el caso del dueño de la vaca sobre la cual maté al leopardo. Era un chico de ocho años de edad e hijo único. Dos años atrás su madre, ocupada en cortar forraje para la vaca, había sido atacada y devorada por el tigre cebado, y doce meses más tarde su padre corría la misma suerte. Los pocos enseres que la familia poseía habían sido vendidos para pagar las pequeñas deudas del padre, y el hijo comenzó su vida como propietario de una vaca; había sido precisamente esa vaca la que el leopardo eligiera como víctima de entre los rebaños de doscientas y trescientas cabezas de ganado del pueblo.

Las muertes atribuidas a los animales que Jim Corbett mató giran en torno a las 1400. Incluso hay dos tigres a los que se atribuían más de trescientas muertes a cada uno.

Pero Corbett no odia a estas fieras. Nunca aparecerá en el libro una palabra de odio para ninguno de los 19 tigres cebados o de los catorce leopardos comedores de hombres que mató. Por el contrario, muchas veces la reflexión gira en torno a cómo el mismo hombre es responsable de este tipo de casos: la mayoría de los animales cebados lo son por encuentros con el ser humano de los que han salido heridos e inutilizados en alguno de sus miembros, lo que después les imposibilitaba dedicarse a sus presas naturales. El autor siempre se expresa con respeto hacia los animales que persigue, cuando no con simple y sencillo miedo.

El lector de esta reseña podría preguntarse: ¿pero qué tanto con cazar un tigre? ¿O acaso no hay rifles? Sí… claro…, pero en la lectura de este clásico de la vida real del Siglo XX uno entiende que quien tiene las de perder en un encuentro con estos animales es, siempre, el hombre. Usualmente una bala de rifle no mata al tigre sino que apenas lo hiere, generando una persecución por lugares que el animal conoce y el hombre no. Varias veces Corbett escapó de la muerte debido al azar de un árbol que había nacido en el lugar correcto (y aquí me permito recordar aquella imagen inicial del Facundo de Sarmiento, sin que esta sea la única asociación posible con esta obra).

Se trata, en definitiva, de un libro excelente, muy recomendable como forma de conocer no sólo una actividad que expone al hombre al límite de sus posibilidades físicas y psicológicas sino porque además es un libro con el que se aprende mucho sobre la vida de la selva y sobre las comunidades que en ella se afincan.

Estaba habituado a pasar la noche en la selva aguardando la presa, pero ésta era la primera vez en mi vida en que esperaba una fiera cebada. El trecho del camino que tenía justo frente a mí se veía brillantemente iluminado por la luna; pero, a derecha e izquierda, los enormes árboles arrojaban negras sombras, y, cuando el viento nocturno agitó sus ramas y las sombras se movieron, creí ver a una docena de tigres que avanzaban hacia mí y me arrepentí amargamente del impulso que me indujera a ponerme a merced de la fiera. Me faltó valor para volver al pueblo y admitir que también estaba asustado para poder llevar a cabo la tarea que me había impuesto. Así, con los dientes castañeteando, tanto de miedo como de frío, permanecí allá toda la noche. Cuando el gris amanecer comenzó a iluminar mi helado puesto, descansé la cabeza sobre las rodillas alzadas. En esta posición me encontraron mis hombres una hora después, profundamente dormido; de la tigre, nada había oído ni visto.

“Al volver al pueblo traté de hacer que los hombres –en quienes se leía la sorpresa de que yo hubiera sobrevivido- me condujeran hasta los lugares donde cayeran las víctimas; pero no me fue posible convencerlos. Desde la plazoleta me señalaron la dirección de tales lugares; la última muerte –que me llevara a aquel paraje- me informaron había ocurrido en el recodo de la montaña hacia la parte oeste del pueblo. Las mujeres y niñas, unas veinte en total, estaban recolectando hojas de roble para el ganado al producirse la muerte de la infortunada mujer, se mostraban ansiosas de relatarme detalladamente el suceso. Parece ser que la partida había salido dos horas antes del mediodía, alejándose casi un kilómetro, hasta encontrar los árboles cuyas hojas cortaban. La víctima y otras dos mujeres habían elegido un árbol que crecía a la orilla de un barranco, que posteriormente descubrí tenía más de un metro de profundidad por tres a tres y medio de ancho. Una vez que hubo cortado todas las hojas necesarias, la mujer comenzó a descender del árbol, y fue entonces cuando la tigre, que se había acercado sin ser vista, se alzó sobre sus patas traseras, la cogió por el pie, la arrancó de la rama por la cual bajaba y, soltándole el pie, la arrojó al barranco, y mientras la mujer luchaba por alzarse, la tomó por la garganta. Después de matarla, subió por un costado del barranco y desapareció con su víctima entre unas espesas malezas.

Calificación: Excelente.
Título original: Man-eaters of Kumaon (1945).
Traducción: —–
Editorial: Libros Centenario, 1961.
ISBN: —–

Adjuntamos el archivo digitalizado del libro para aquellos lectores que lo deseen. Descarga aquí:

Las fieras cebadas de Kumaon – Jim Corbett

El devorador de paisajes, Germán Machado

Machado
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Se trata de catorce relatos que salieron a la luz este año y que recorren un tiempo narrativo divergente a la vez que un espacio variado. Dadas estas dos condiciones, resulta un claro índice de pericia narrativa el hecho de que, de alguna manera, la atmósfera que atraviesa estos relatos es muy similar en todos ellos y está caracterizada por la opresión de un problema central y sus derivaciones posteriores.

Otro hallazgo estructural en lo que tiene que ver con la materia de sucesos a contar, es el de alejar de la percepción sensorial del lector ciertas trazas de información explícita que quedarán subyacentes, esperando que la inteligencia de quien lea sepa trasladarles su cabal importancia. Es así que uno tiene la sensación de que las cosas que ocurren en algunos relatos, no están allí más que para enmascarar la verdadera vorágine de sucesos ocultos. En “Predicadores”, uno de los muy buenos cuentos que ostenta este volumen de Machado, el hecho concreto de ver llegar a dos religiosos trajeados un domingo se convierte en la excusa perfecta para asistir, a la manera de una crónica costumbrista, a las transformaciones hacia la decadencia de un barrio en los últimos años. O sea, lo que importa es esto último y no el hecho de la llegada de los predicadores.

Los mejores cuentos del libro, para este reseñador, son aquellos en los que Machado toma elementos de la realidad actual y de la histórica, aunque a veces los matice con elementos de lo fantástico. En esta enumeración podríamos incluir al primero de todos, “Cerraduras”, que se constituye en el desgarrador testimonio de un niño apresado en un circuito de violencia cuya última imagen se convierte en el final de su pesadilla. Otro relato bien logrado es “La ceremonia”, en el que el autor se arriesga a transitar por el pueblo de San Javier durante el día previo a la captura y la muerte del Dr. Roslik. El resultado es un texto que enerva al lector a raíz de la injusticia y lo deja con el pensamiento sumido en la perversa impunidad de aquellos crímenes de Estado. Claro que el tema ha sido por demás trabajado y bastardeado, pero en este caso, al igual que en el relato “Sedimentos” (en el que se sugiere cierto revisionismo histórico) Machado logra recrearlo desde una sugestiva nueva óptica, con personajes que para nada parecen anquilosados sino que rebosan de naturalidad.

El elemento negativo que podría achacársele a este libro es el de la excesiva disparidad a la hora de la calidad. No es que Machado no logre capturar la atención del lector. Es que a veces (insisto, a veces) la captura para contar cosas que no logran despertar en este lector las emociones que sí despertaron los relatos anteriormente mencionados. Y esto ocurre cuando el autor se entrevera en temas de corte irreal, que cambian el tono del libro en general. Me refiero a los relatos: “La rezadora digital”, “Educación permanente” o, llamativamente, el que da título al libro, “El devorador de paisajes”. Funcionan bien en clave de humor, pero pierden en consistencia narrativa.

Dejo para el final el destaque de dos o tres cuentos muy interesantes (además de los mencionados más arriba), sólo a modo de mención: “Tejedora”, “Transfusiones” y “Gravitación de los muelles”.

En resumen, estamos ante una obra que trata bien al lector y que en ocasiones le pide que utilice su inteligencia. O sea, un recomendable libro de cuentos de este año. O sea, tal vez, una rareza.

Durante el viaje, su padre le había explicado que había estado preso en Martín García por motivos que poco importaban, pues él no era ningún delincuente y no había cometido delito alguno. Su padre también le había contado que aquel edificio, ahora una escuela, había sido su prisión durante años.

Ahora la isla era un destino turístico como cualquier otro. Cada uno de sus usos había ido agregándole capas arquitectónicas que apenas dejaban ver, entre ruinas y edificios reformados, los distintos usos y desgastes con que el tiempo y la infamia de la historia se la habían apropiado y la habían despreciado. Trofeo de guerra y rescoldo de empresas malogradas.

Calificación: Bueno.
Editorial: Estuario Editora, Montevideo, 2011.
ISBN: 978-9974-687-64-6

La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, Robert Darnton

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Darnton

Se trata de un libro notable que sondea, desde la perspectiva de la historia de las mentalidades (una de las hijas de la escuela de los anales), la forma de narrar, pero sobre todo la forma de leer, del Siglo de las Luces en Francia. Por esto mismo, y como sucede con la mayoría de los autores de esta escuela historiográfica, la mirada está puesta en el hombre cotidiano y no en la gran luminaria, y si en ocasiones se acude a esa gran luminaria (Rousseau y Diderot, por ejemplo, son el centro de dos de los seis capítulos del libro), es sólo como punto de partida para llegar al lugar clave: la forma en la que un francés pobre (la gran mayoría) o tal vez integrante de la burguesía, lee.

Los nombres de los capítulos funcionan como ejes temáticos inequívocos del proceso de búsqueda. El primero se titula, por ejemplo: “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca”, y bucea en las primeras plasmaciones escritas de los cuentos infantiles (que no parecen para nada infantiles) que después Perrault y los hermanos Grimm reversionarían dándoles ya tintes casi definitivos. Pero Perrault era francés y los hermanos Grimm alemanes, y como tales sus fuentes narrativas pertenecían a idiosincrasias distintas. Poniendo el ojo en la campiña francesa para describir a sus narradores orales y a la vez escuchas, dice Darnton:

Pocos sobrevivientes llegaban a la edad adulta antes de que por lo menos muriera uno de sus padres. Y muy pocos padres lograban vivir hasta el fin de sus años fértiles, porque la muerte se los impedía. Los matrimonios, que terminaban por muerte y no por divorcio, duraban 15 años promedio, la mitad de lo que duran hoy día en Francia. En Crulai un marido de cada cinco perdía a su esposa y después se casaba de nuevo. Las madrastras proliferaban en todas partes más que los padrastros, ya que la tasa de segundas nupcias entre las viudas era de una cada diez.  Quizá a los hijastros no los trataban como a Cenicienta, pero probablemente las relaciones entre los medios hermanos eran difíciles. Un nuevo hijo a menudo significaba la diferencia entre ser pobre e indigente. (…) Comer o no comer, era la cuestión que enfrentaban los campesinos en su folclor y también en su vida diaria. Esto aparece en muchos cuentos a menudo relacionado con el tema de la madrastra malvada, que debe haber tenido una resonancia especial en los corazones del Antiguo Régimen, porque la demografía de éste volvía a las madrastras figuras muy importantes en la sociedad de las villas. (…) Los deseos toman la forma de comida en los cuentos campesinos, y esto nunca es ridículo.

Dentro de los variados episodios culturales protagonizados por gente común se encuentra el que da título al libro, o sea, la gran matanza de gatos llevada a cabo por dos aprendices en un taller de imprenta perteneciente a Jacques Vincent. Nicolás Contat, uno de los aprendices en cuestión, narrará su vida años después y hará referencia a este oscuro episodio que podría resumirse en los siguientes términos: los gatos no dejan dormir a los pobres aprendices, que al otro día serán los primeros en abrir y los últimos en dejar las labores. Deciden pedir autorización para matarlos, la que les es negada. La noche siguiente ambos aprendices imitan a los gatos cerca del dormitorio de Vincent, quien no logra conciliar el sueño y termina concediendo el permiso para la matanza con la salvedad de que la gata de su esposa debe permanecer con vida. Acto seguido sobreviene la barbarie material y simbólica: son matados decenas de gatos del barrio, pero la primera en morir será, como ya hemos adivinado, la gata de la dueña. Darnton elabora una explicación justamente simbólica de este episodio, desmenuzando de forma magistral cada uno de los pasos narrados por Contat y asignándoles significados más que atinados como reveladores de una forma de pensar y de sentir el mundo a través de cómo se cuenta ese mundo.

Párrafo aparte para el capítulo “Un inspector de policía organiza su archivo: la anatomía de la República de las Letras”, excelente y por demás divertida relación de cómo el inspector de policía Joseph D´Hemery clasifica a cientos de escritores vivos y con trabajos publicados a principios de la década de 1750. D´Hemery realizaba sus labores de espionaje cultural visitando salones, yendo a reuniones de intelectuales, asistiendo a tertulias, pero sobre todo, y esto es lo que lo hace un gran informante, leyendo. Sólo como muestra, además de los cientos de escritores conocidos de alguna manera, entre 1748 y 1753 D´Hemery escribió quinientos informes sobre autores que aún hoy día están inéditos en la Bibliothèque Nationale. Por suerte este libro de Darnton cuenta con jugosos apéndices al final de cada capítulo, de modo que es posible enterarnos de forma directa lo que escribió el inspector sobre algunos de los escritores notables de aquella época:

Nombre: Diderot, autor. 1º de enero de 1748. Edad: 36 años. Lugar de nacimiento: Langres. Descripción: estatura mediana, una fisonomía muy decente. Domicilio: Place de L´Estrapade, en la casa de un tapicero. Historia: es hijo de un cuchillero en Langres. Es un muchacho muy ingenioso pero extremadamente peligroso. (…) Está casado, sin embargo ha vivido durante algún tiempo con su amante Mme. de Puysiens. (…) Es un joven que juega con su inteligencia y se enorgullece de su impiedad; muy peligroso; habla de los sagrados misterios con desprecio. Dijo que cuando esté próximo el fin de su vida, se confesará y recibirá en comunión lo que ellos llaman Dios, pero no por obligación, sino sólo por consideración a su familia, para que no le reprochen el hecho de que él muera fuera de la religión.

Esta reseña podría y debería, a riesgo de aburrir al lector, ahondar en los capítulos finales del libro, particularmente en el análisis de las cartas de un burgués comprador de libros, Jean Ranson, a su librero, donde siempre termina aludiendo a su  “ami Jean Jacques”, y que encarna justamente el modelo ideal de nuevo lector que Rousseau elige para sus obras en el prólogo de su famosa Héloise. Pero la dejaremos por aquí, esperando que el asiduo visitante de este Club se sienta impelido a un libro que, como advertí al principio, resulta notable por muchas razones.

Calificación: Excelente.
Título original: The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History.
Editorial: Fondo de Cultura Económica, México. Primera edición en español, 1987.
Traducción: Carlos Valdés.
ISBN: 968 16 25 78 1

Diez años sobre el recao, Wenceslao Varela

Varela
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La lectura de este libro coloca a quien la acomete ante una realidad de alguna forma intermedia entre los grandes relatos gauchescos de mediados y fines del S. XIX y el mundo criollo en decadencia de mediados del S. XX. En este sentido, la diégesis misma de la obra refleja este proceso de evolución-involución, que en un aspecto histórico-sociológico es la consabida evolución-involución de un modo de vida que, lentamente, se encuentra en vías de desaparecer de forma definitiva. Lamentablemente, con ese mundo que se va, es posible que se vayan también los gustadores de una obra poética de las características que esta posee.

Diez años sobre el recao narra con estructura lírica (décimas octosílabas de rima consonante perfectamente elaboradas) las peripecias de un tropero y peón itinerante, que es el yo lírico narrativo cuya voz nos llega, y de su amigo Iyazuiré. La acción transcurre en los campos, estancias y pulperías del litoral del río Uruguay, tanto de un lado como del otro. Allí surgen oídas de algún contrabando de ganado, de alguna timba, de algún baile improvisado, que se constituyen en el escenario material de fondo para un drama que es todavía más profundo y existencial: el drama de la pobreza, del sojuzgamiento, del padecimiento, de la naturaleza en contra del individuo, de la muerte contra la vida y, en ocasiones, del amor contra la amistad.

Con toda esta exuberancia temática a su disposición, uno de las tantas fortalezas de este libro es la construcción de sus personajes. Están allí los dos protagonistas mencionados con sus miserias y sus glorias, pero acompañan un coro de peones ladinos (como decía Borges aunque refiriéndose a otros peones), pulperos que buscan ventaja, borrachos cantores y mujeres que hasta podrían encarnar un ideal de belleza relacionado más que nada a su escasez en tan brutal escenario.

La pobreza, el abuso y el honor llegan entonces a constituirse en los problemas existenciales de esta obra que aquí, a modo de reseña, sólo pueden esbozarse, pero que deberían ser objeto de un mejor y pormenorizado análisis por parte de la crítica literaria actual. Sobre el primero de los temas de este tríptico, dice Wenceslao:

Por eso ha de ser que allá / a´nde´l hambre está arraigada
se redame en marejadas / la fiebre y la enfermedá;
pena al qu´es güeno le da / ver desnuda una mujer
cuando es largo el padecer / acaba con la razón…
Parece que la extensión / se nutriera en cada ser.

Presa del abuso de los patrones y a veces de los que comparten su misma condición más baja, el honor del peón se ve resentido. La enseñanza moral termina siendo un triste descubrimiento de la soledad:

Yo he visto que la amistá / tiene valor y no tiene…
y a ocasiones no conviene / darle a ciegas con lealtá;
es una temeridá / sondar de un alma el abismo.
Amo virtú y heroísmo / aunque ya pa´nada valgo,
conviene tener fe´n algo / y especialmente en sí mismo.

No quiero dejar de mencionar la siempre triste constatación de estos personajes: viven, con conciencia, en un mundo que se termina, un mundo sin esperanza, amargo y mancillado por la miseria y el rencor. Los estancieros contratan gente miserable para vigilar sus campos y asustar a los que lleguen a robar. El asunto usualmente termina con los “ladrones”, gente sumida en la pobreza rural, muertos tras la redada. Recién entonces llegan los milicos, con los que se encuentra el protagonista:

Junto a los muertos pasé / sin dormir y sin rezar,
en escondido llorar / con mi amigo Iyazuiré.
Con los milicos hablé / de pobrezas y de penas
Y desdechas en cadenas / que hacen malo al pobrerío
Y tantas cosas …  ¡Dios mío! / qu´hirve la sangre en las venas.

Porque Wenceslao, que tropeó y estuvo sometido a los rigores de la naturaleza y la escasez, siempre toma el partido de los más desprotegidos, en una actitud nunca impostada, porque, tengo entendido de acuerdo a ciertos testimonios, era su propia vivencia la que entraba a tallar.

En fin, un libro entrañable, hermoso en su aspecto formal, con bellos tropos y bellos pensamientos, y muy entretenido. Eso sí… creo que con cada vez menos lectores…

Calificación: Muy bueno.
Edición: Intendencia de San José – CETP – UTU
Año de la primera edición: 1978
ISBN: 978 9974 8072 73
Extra: descargá este libro.

La forma del agua, Andrea Camilleri

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Camilleri

Se trata de una novela policial ambientada en la convulsionada y muy mafiosa comunidad siciliana. Luparello, un importante hombre de negocios de promisorio futuro político, aparece muerto en su auto en los arrabales de la ciudad. Todo hace presumir que se trata de una muerte fortuita, accidental, debido a un paro cardíaco en medio de una ajetreada jugada nocturna. El hecho coincide, además, con el hallazgo por parte de dos basureros de un costosísimo collar que podría significar un cambio radical en la salud del hijo de uno de ellos.

Pero no son los hechos ni la peripecia los que vuelven entretenida esta novela de Camilleri. El principal mérito de la misma consiste en la presentación formal en sociedad de un detective a estas alturas mítico como Salvo Montalbano (en cuyo nombre se constata el consabido homenaje de Camilleri a Manuel Vázquez Montalbán). Digamos entonces que la no tan complicada trama de averiguaciones, datos, entrevistas, ocultamientos, etc., típica de la novela policial, pasa a un segundo plano porque el énfasis está puesto en la delineación moral de Montalbano. Se trata ni más ni menos que de un hombre recto que, llegado el caso, puede torcerse hasta cierto punto con el objetivo de beneficiar la investigación o si su sentimiento de piedad le indica que puede aprovechar la situación para ayudar a un tercero en discordia (como es el caso del pequeño hijo de uno de los basureros mencionados arriba).

Poco a poco el lector se ve enfrentado a una personalidad fuerte, subyugante, y -esto es tal vez lo más importante- que lo representa. Y este aspecto, muy subjetivo, debo admitir, es de todas maneras agradable: Montalbano actúa como actuaría un lector “moralmente medio” (categoría por demás difusa, confusa, nueva, pero cuyas características son, a mi entender, fáciles de intuir). Es decir, al lector le agrada que Montalbano se maneje en ciertos subterfugios de la ley, que utilice sus influencias para lograr tal o cual cosa, o que de cierta manera seduzca sin caer en la banalidad. Claro que todo tiene un límite, pero en este caso el límite nace del consenso tácito entre el detective y sus lectores sobre lo que está permitido y lo que no.

Un detalle no menor: como ha sido mencionado en posts anteriores, y por otros motivos, la traducción ayuda poco…

  Había comprado los dos periódicos de la isla y empezó a leerlos. El primero de ellos anunciaba con todo lujo de detalles los funerales que el obispo celebraría al día siguiente en la catedral por el descanso eterno de Luparello. Dada la previsible afluencia de personalidades que acudirían para dar el pésame y rendir el último homenaje al difunto, se adoptarían medidas de seguridad extraordinarias. Se iba a contar con la presencia de dos ministros, cuatro subsecretarios, dieciocho diputados y senadores y una caterva de diputados regionales. De ahí la necesidad de recurrir a agentes de la policía, carabineros, agentes de la policía judicial, y de la guardia urbana, sin contar los guardaespaldas personales y otros de carácter todavía más personal, acerca de los cuales el periódico no decía nada, formados por gente indudablemente relacionada con el orden público pero desde el otro lado de la ley.

Calificación: Bueno.
Título original: Forma dell´acqua.
Traducción: María Antonia Menini Pagès.
Ediciones Salamandra, Barcelona, 2003.
ISBN: 84-95971-77-1